Por Gissela Arias González
En las últimas semanas, los incendios forestales de gran magnitud que azotaron Floridablanca y los cerros orientales de Bogotá se convirtieron en noticia nacional. Estos desastres naturales no solo infligieron daños devastadores a la flora y fauna, sino que también pusieron a prueba la capacidad de respuesta de nuestras autoridades frente a emergencias de esta envergadura.
Los informes iniciales sobre las causas de estos incendios resultaron asombrosos. En el caso de Floridablanca, se atribuyó a una posible quema de basura, mientras que en Bogotá se señaló que botellas de vidrio arrojadas por caminantes de los cerros podrían haber sido el origen. En ambos casos, la intervención humana, agravada por los efectos del fenómeno del Niño, desencadenó estas tragedias. La reacción inmediata de la sociedad fue exigir castigo y sanciones severas para los responsables.
Pero ¿encarcelar a estas personas o asignar policías en cada esquina para prevenir estos accidentes nos garantizaría que no volveremos a enfrentar situaciones similares en la próxima temporada seca? La respuesta es, probablemente, no. Entonces, ¿cómo abordar de manera efectiva un problema social de esta magnitud? La respuesta radica en la cultura.
No me refiero a una cultura basada en el miedo al castigo, sino en una cultura de deber ciudadano, en la cual comprendamos que somos responsables de un daño que podría haberse prevenido con un mínimo de conciencia ambiental.
La cultura no se limita a eventos y espectáculos; es un fenómeno social complejo que refleja años de historia, evolución y construcción colectiva. Las tradiciones y costumbres representan un reflejo de quiénes somos a nivel individual y colectivo, y son la clave para corregir las fallas sociales que obstaculizan una convivencia sana y pacífica.
Lamentablemente, la cultura ha sido relegada a un segundo plano, considerada de poca importancia y, en ocasiones, incluso menospreciada. Esta percepción es extremadamente desafortunada. Si los líderes y tomadores de decisiones comprendieran el poder transformador que tiene la cultura, estoy convencida de que muchos de los problemas de convivencia que aquejan a nuestras sociedades encontrarían una solución.
Es por eso que, en los procesos de reforestación anunciados por las autoridades en los bosques afectados por los incendios, no solo debemos sembrar árboles y frailejones, sino también cultura y conciencia ambiental. Estoy segura de que, en unos años, cosecharemos legalidad, a partir de una sociedad más consciente y comprometida con la protección de nuestro entorno y el respeto por los demás.
Invertir en cultura ciudadana es mucho mas económico que pagar miles de millones en la logistica para la atención de este tipo de emergencias.
Fuente original: Vanguardia
Fotografía recuperada de: Enlace